por Javier de Alba Solís
Mucho se ha dicho de la crisis que tuvo comienzo a finales del 2007 y por lo que se puede observar nunca tuvo realmente un fin, o una recuperación entre las economías hegemónicas, aquellas que a pesar de todo, son las que arrastran al resto del mundo hacia el crecimiento o hacia la recensión. Sin embargo el problema siempre regresa a lo mismo, un problema de carácter estructural.
Por un lado tenemos un problema originado por mercados especulativos volátiles y dudosos, en donde la buena fe (o los deseos desenfrenados por obtener un beneficio) de los compradores de bonos hace que estos pierdan su sustento al generar una burbuja especulativa, es decir, su desenfrenada demanda genera presiones en el mercado el cual al ajustarse incrementa sus precios, alejándose de aquel mecanismo de producción y consumo que da valor a los bonos, en pocas palabras podemos decir que el hombre se vio claramente enajenado por el juego de poseer los tan hablados bonos, que olvido cual era el verdadero valor que estos tenían. Este fenómeno me recuerda al mismo incidente sucedido en Alemania en la primera mitad del siglo XVII, en lo que se conoce como la “tulip-mania”, donde el mercado de tulipanes alcanzo niveles estratosféricos y súbitamente cayo, llevando a la quiebra a miles de personas.
Uno pensaría que hemos aprendido lo suficiente sobre el mercado en casi 400 años sin embargo no fue así, y la pasión, aquel inalienable derroche de intuición, falto de razón propio del hombre, gano nuevamente, pero ¿qué seria el hombre sin aquel sentir? ¿Que seria del hombre si se condujera estrictamente de manera calculadora y fría? Esto nos lleva a otra cuestión, por perfectible que pueda ser un modelo, este no logra adecuar en si tantas variables exógenas como lo es cada individuo, por lo que este se mantiene al margen asumiendo comportamientos homogéneos, razonables y de buena fe. Sin embargo, cuando deliberadamente se obra con dolo, el sistema se paraliza y se contrae. En este caso este fue el papel que tuvieron las calificadoras, al mentir deliberadamente sobre la calificación que tenían los bonos, hecho el cual todos pasaron por alto sin mayor atención. Surge la duda, ¿Este fue el único acto éticamente reprochable que surgió en el desenvolvimiento del sistema?
Por un lado se encuentran las personas con bajos niveles de ingreso, los cuales ocupan créditos de manera negligente y como si fueran una extensión de su sueldo, en condiciones de equilibrio este sistema es optimo ya que incentiva el consumo y eleva los niveles de demanda efectiva, Keynes estaría muy orgulloso de esta política, sin embargo es muy endeble ya que si todo lo que se posee se debe, un pequeño rezago en el salario, por cuestiones circunstanciales en las fluctuaciones de una economía, o por temporalidades, hacen que la deuda sea impagable. Volviendo los intereses un monstruo que termina valiendo mas que el mismo producto, volviendo al hombre esclavo de su propia deuda.
Entregar créditos a personas bajo estas circunstancias es como darles financieramente cicuta durante el desayuno. Sin embargo la institución financiera, más grande que el hombre mismo, no entiende de ética sino de beneficio.
El sistema, con tal de mantenerse erguido nos dicta sus exigencias, sin embargo ¿donde esta el hombre ético capaz de ver las consecuencias?