por Amauri Gil
“Durante 2010 México se ubicó dentro de las 25 economías mejor evaluadas, en cuanto a los principales países receptores de Inversión Extranjera Directa (IED).” (5°IG, 2011)
A primera vista, la afirmación anterior podría tomarse como una de las buenas noticias que nos trae el quinto informe de gobierno, sin embargo, esto no se puede tomar tan a la ligera, debido al trasfondo que conlleva ser uno de los veinticinco “mejores” países receptores de este tipo de inversión.
Es entonces, que de una manera sencilla se puede enlazar la idea de que México se encuentra evaluado en una buena posición, debido a la confianza que este brinda a los capitales extranjeros en la posibilidad de obtención de ganancias en el largo plazo, pero, en un escenario de crisis como el actual para el capital extranjero ¿será de importancia el largo plazo? y una cuestión más importante aún ¿realmente México se ve beneficiado por la participación de la inversión extranjera directa?
Para responder a grosso modo la primera cuestión, se puede observar el siguiente gráfico[1], en el que se denota la transferencia de las prioridades de la inversión extranjera ante el panorama económico que se vislumbraba desde el año 2003.
Es así, que la necesidad de permanecer a través del tiempo de los capitales se orientó hacía los sectores productivos, como lo es el sector agropecuario, de la transformación y el extractivo, que propiamente se basan en el largo plazo para su funcionamiento, pero no sin abandonar del todo a los que le permiten una aceleración en la obtención de sus ganancias como son el sector servicios y el comercio.
Para responder a la segunda cuestión, se debe entrar en un debate bastante amplio sobre las ventajas y desventajas que obtiene un país receptor de IED, en el que las primeras generalmente se abanderan con la creación de empleos y el crecimiento económico a través de la dinamización de la demanda agregada, además de generar una “competencia” con los capitales nacionales y así beneficiando al país receptor al poder obtener bienes y servicios de mejor calidad y precios, otro aspecto que venden con esta idea, es la transferencia de tecnología y conocimientos, los cuales permitirán un mejor desarrollo en la economía receptora, hasta este momento todo es miel sobre hojuelas.
Sin embargo, si lo contrastamos con las desventajas, las cuales están fundamentadas en lo que sucede en la realidad, se observa que si bien el crecimiento económico existe, este no se da en los niveles que podría si la inversión fuera propia del país receptor, dado que a final de cuentas las ganancias serán dirigidas hacía el país emisor de origen. En tanto que el crecimiento del empleo solo existe de una manera paupérrima, debido a que la transferencia tecnológica generalmente es de alta calidad y cuenta con barreras para la obtención de ella en el mercado receptor, a su vez esta misma tecnología requiere de mínima mano de obra y especializada, con casos donde esta misma también es llevada al país receptor, y así el poco empleo demandado consta de una explotación de la mano de obra incrementada. Ahora respecto a la competencia, esta simplemente es nula cuando las economías receptoras cuentan con un mercado interno débil debido a los factores mencionados anteriormente, viéndose obligados los capitales nacionales a retirarse del mercado, y si a todo esto le aunamos la perdida de la autonomía del país receptor ante sus decisiones económicas, creo que es posible que ya no sea tan plausible la participación de la IED.
Es así que la respuesta a la segunda cuestión planteada, es dejada a consideración del lector, y en opinión personal ante la cita del V informe de gobierno, aplaudir que se es una de las economías mejor evaluadas para la recepción de la IED en un escenario económico como el actual, es como festejar que se tiene el siguiente turno para la silla eléctrica.
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