Mucho se ha hablado sobre los orígenes de la crisis financiera de 2008, así como de su desenvolvimiento y sus consecuencias, pero ¿se le puede imputar a alguien dicho mal mundial?
Por Rafael Martínez Hernández
Como es sabido, la gran crisis que ahora nos aqueja tuvo sus orígenes en el sector inmobiliario, con las hipotecas subprime en los Estados Unidos cuando miles de familias se vieron imposibilitadas de pagar sus deudas, afectando severamente al sistema financiero estadounidense para ulteriormente contagiar al resto del mundo. Y como en toda crisis, es común buscar culpables y recriminar sus actos.
Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal, es considerado por muchos como el principal responsable de este desastre económico al haber mantenido tasas de interés demasiado bajas entre 2001 y 2005, desincentivando la inversión en algunos rubros y así favoreciendo el desarrollo de una burbuja especulativa de activos concentrados en bienes inmuebles. Se creía que tanto deudores como acreedores actuaban de manera racional en los mercados financieros y que esto permitía a ambas partes evaluar los riesgos que pudieran surgir. Dicho supuesto de racionalidad y equilibrio se fundamentó en la convicción de Greenspan, y en general de Washington, en el libre juego de las fuerzas del mercado, esto es, el ajuste de la oferta y de la demanda dado por la flexibilidad de los precios de los créditos, mismos que por cierto se expandían y llegaban a manos de quienes no debían llegar; los grandes bancos de inversión así como las instituciones prestamistas no parecían actuar de manera prudente, dado que se las ingeniaron para propagar cada vez más crédito aún si esto implicaba incrementar el riesgo. Este último surgió al emitirse hipotecas sin pedir ni siquiera un pago inicial por parte de quienes recibirían el préstamo, tampoco pedían pruebas de ingresos, ni ningún otro documento. En pocas palabras, había dinero gratis para cualquier NINJA que lo pidiera. Peor aún, se habla de ejecuciones hipotecarias ilegales por parte de los grandes bancos a través de las denominadas robo-firmas[1]. Según documentos recientes de Wikileaks, ‘un empleado de Bank of America, despedido en febrero de 2010, dijo que firmó hasta 8.000 documentos de ejecución hipotecaria en un mes sin ninguna revisión, en clara violación de la ley’.
Bajo este contexto, la regulación estatal, que no había tenido una presencia relevante, entró a la escena del desastre financiero para rescatar de la quiebra a los grandes bancos americanos y así evitar una desgracia mayor. La administración de George W. Bush y posteriormente la de Barack H. Obama, con Ben Bernanke a la cabeza de la FED, hicieron la imponente inyección de 700 mmdd a través del TARP[2] para subsanar a los moribundos Bank of America, General Motors, Goldman Sachs, Citigroup, entre otros.
En un comienzo, Alan Greenspan había aceptado la culpa diciendo que ‘no se calculó bien el riesgo’. Poco después se retractó diciendo que la culpa recaía sobre las naciones emergentes como China. El argumento de corte keynesiano dice que al inicio del S. XXI hubo un exceso de ahorro global en la economía mundial, procedente sobre todo de China. Se supone que el ahorro era tanto, que los inversionistas no sabían qué hacer con él, lo que condujo a la caída de las tasas de interés que les permitiera obtener ganancias aceptables aún sabiendo que asumirían un riesgo creciente (como el de las hipotecas subprime) que desencadenaría los problemas económicos actuales. Este argumento no convence a los especialistas y para algunos deja en claro que el hecho de que EUA culpe a las naciones emergentes de sus problemas, sólo refleja la incapacidad del gobierno de hacer frente a su responsabilidad y realizar las regulaciones pertinentes.
Sean culpables las instituciones financieras, Alan Greenspan, el gobierno americano, China, los NINJA o la teoría económica, lo cierto es que la avidez por tener cada vez más da como resultado problemas de desempleo, un consumo limitado, deudas crecientes y deficiencia de los servicios públicos que sólo generan descontento social y nuevas crisis, ahora sociales, políticas y culturales. La avaricia forma parte de la naturaleza del sistema capitalista, que se encuentra lleno de contradicciones. El corazón del mundo, EUA, está cesando de latir, lo que arroja un vaticinio de que lo peor está por llegar, y surge hoy más que nunca la necesidad de plantearse una alternativa a la realidad actual que pide a gritos un cambio radical. En palabras de León Bendesky, ahora la búsqueda de salvamento individual genera el malestar colectivo, ¡y vaya malestar que ha generado!